viernes, 27 de septiembre de 2013

El sombrero de Vida, 6

El sombrero de Vida

Novela de Augusto Cesar

A Vidalia Gutiérrez, la dama de los sombreros


“No se puede amar al servicio militar sin detestar al pueblo”, Isabel Allende en De amor y de Sombra.





A Sor Juana Ixcot, amiga que me devela la realidad de mi país. A Mario Sarti, confidente del alma.

“La desgracia se lleva en la sangre”, Isabel Allende en De amor y de Sombra.



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Fui a adherirme al Plan Pastoral Juvenil de Zacualpa como instructor de Teatro. Me parecía una coincidencia porque acababa de conocer a Cholopo e ingenuamente pensaba que podían hilarse una serie de hechos y acontecimientos que pudiéramos hacer teatro juntos. Pero el destino no se puede manejar antojadizamente. Sobretodo cuando hay cuentas invisibles e inaudibles pendientes, lo cual era el caso de Cholopo. Así que las primeras veces le pedía me acompañara en calidad de auxiliar y aprovechaba yo, con su guía para conocer lugares cercanos. Nos complementábamos muy bien en lo de la cátedra pero yo debía buscarle mensualmente por todos lados para recordarle que debía ir a Zacualpa, lo cual provocaba malestar entre ambos porque mis móviles eran profesionales pero los de él de otra índole. Por ello, cuando llamé a Laura me preguntó si estaba celoso de ella o no cuando lo que quería era que no quedara mal porque me hizo quedar mal. Cuando me cansé y decidí poner las cosas en su lugar,  literalmente lo eché del proyecto.
Recuerdo cuando llegué a mi primer viaje de inspección a Zacualpa, citado por Sor Claudia Lara, joven monja franciscana encargada del plan pastoral. Tomé el autobús de Ciudad de Guatemala directo al lugar. A Cholopo, en una de nuestras habituales discusiones por teléfono le dije que no llegara. Así que sólo hice el trayecto de 4 horas y media. Al entrar al territorio del Departamento de El Quiché, sobrepasar Chichicastenango y Santa Cruz de El Quiché empecé a notar el desarrollo de la región, obligación que se habían impuesto instituciones gubernamentales y no gubernamentales, nacionales e internacionales, como parte de los Acuerdos de Paz que intentan reparar los errores del conflicto armado interno.
Como coincidencia yo pertenecía a las Mesas Intersectoriales de Cultura de Paz. Ocupé la plaza representando varias instituciones culturales, gracias a la invitación de Héctor Mario quien aún no se había convertido en mi director de teatro. Como parte de las actividades de dichas mesas, recibí capacitación y las Universidades Rafael Landívar y de San Carlos de Borromeo. Me diplomaron como Agente de la Paz, lo cual llevó a designarme en otras naciones como Embajador de la Cultura de Paz, uno de los títulos con los que me reconocieron desde el primer momento en Tegucigalpa, Honduras.
Así como Cholopo no podía manejar ni hilvanar antojadizamente su destino, así tampoco podía yo hilvanar el mío. El destino me había llevado a Zacualpa para marcar mis días. La primera impresión en el camino que lleva de Santa Cruz de El Quiché a Zacualpa y pasa por la Laguna de Lemoha, los poblados de Chinique y Chiché es de un hermoso paisaje en el que se combinan bosquecillos de pinos, casas pintorescas, riachuelos cantarines, humedad, cielo azul y aire puro y despejado.
Al llegar a Zacualpa, bajé del autobús en el Parque Central donde esplende la antigua Iglesia. Lo primero que hice fue observarla y, como me pasa siempre en cualquier poblado, no resistí la tentación de entrar a admirar las esculturas patrimoniales. Pregunté a Aurelio, el sacristán por las monjas y me condujo a una construcción moderna donde estaban agrupadas varias de ellas. Sor Claudia salió a recibirme y me dijo que me quedara en la sala porque ella atendía a miembros de la orden provenientes de otros países en ese momento.
Me instalé en la sala y fue allí donde conocí a Sor Juana quien instantáneamente se convirtió en mi gran amiga. Confieso que por su porte gallardo y elegante y su gesto sencillo pensé desde un inicio ella era la superiora, hasta que en una entrevista para la radio ella aclaró que no era más que un miembro de la comunidad y que la superiora era la monja de corte, sor Josefa.
Sor Juana posee un gran sentido del humor. Con ella se la pasa uno siempre bien. Así que con toda familiaridad y confianza empezamos a tratarnos....
-¡Llegó el instructor! Y me imagino que quiere café porque yo he de contarle que hago un café delicioso. Lo que no le recomiendo son los manjares que cocino porque todos salen corriendo. Yo no sé cocinar.
Sor Juana empezó a carcajearse y me invitó a pasar al comedor.
-Voy a hacer una cena con personas que me caen mal y la invitaré a que usted sea el chef, dije siguiendo la broma.
Entre broma y broma, Sor Juana me sirvió el exquisito café y desde entonces la tacita se convertía en el ritual de bienvenida que ella me daba al convento todos los meses cuando iba a dar instrucciones a los jóvenes de Zacualpa.
Sor Juana aparenta menos años de los que tiene. Estoy seguro que parte del secreto de su eterna juventud es su sentido del humor. Hay un fraile que me dice Sor Sonrisa, me dijo iniciando con eso la historia de su vida: Mujer, nacida en Santo Domingo Xenacoj en el seno de la étnia cakchiquel. Hija de un matrimonio católico que procreó seis hijos, de los cuales la mayoría son varones y la respetan como la autoridad religiosa que es.
-Al inicio mi papi se enojó cuando me vine al convento. Pero mi hermano el psicólogo me alentaba en mi vocación para que yo no me sintiera mal porque sólo mami me  apoyaba. Ahora él se siente orgulloso de mi y se da cuenta que la exigencia de nietos se la satisfacieron sus otros hijos. Yo soy feliz en esto. Esta es mi vida.
Juana heredó el conocimiento ancestral de su raza en torno a las medicinas. Por ello, la congregación le encargó la clínica naturista y el cultivo de plantas medicinales. Nunca estudió para lo que hace. Mi abuelita, a veces, me guía en sueños... lo raro es que todos los pacientes dicen sentirse mejor conmigo que en los hospitales o con los médicos. Creo que la mejor medicina que les doy es el buen trato. Las enfermedades son del alma y se manifiestan en el cuerpo.
Después del café, pedí a Sor Juana ir a la capilla y ella me acompañó con gusto. Me entró a un espacio reducido. Sin decir nada, esperó mi reacción pero como ciego en lo único que se centró mi atención fue en una escultura de baquelita que simulaba una mujer con resplandor, obviamente la Virgen Maria, vestida de indígena de Zacualpa con un niño amarrado a sus espaldas.
-Es la Virgen de Zacualpa, dijo mientras se daba cuenta que mis ojos iban al crucificado que tenía un brazo roto.
-Lo acaban de mandar a restaurar y lo dejaron así de verde. No tiene un brazo porque el Ejército los descuartizó.
Sentí como que algo retorcía mi corazón, me dieron ganas de llorar al ver que las paredes estaban manchadas. Oía en lo profundo de mi ser gritos de hombres, mujeres y niños de todas las edades. De pronto, mis pupilas se centraron en una especie de reposadera. Sor Juana al ver mis reacciones, tomó la tapadera de la reposadera y la abrió. Allí había tierra adentro.
-Aquí se iba la sangre porque lo que son nuestras capillas eran cuartos de tortura que el Ejército usaba para diezmar al pueblo. Esas manchas de la pared es sangre que se ha decidido conservar intacta para preservar la memoria histórica.
Sentí que el cielo y la tierra se me juntaban
-Creo que no soy el indicado en estar aquí.
-¿Por qué? Dios nos tiene donde debemos estar.
-Yo desciendo de un guerrillero, dije explicándole a Sor Juana mi origen.
A través de Sor Juana entendí que no todos iban a acusarme de los errores que no fueran míos. Dulcemente, cambió el tema...
-No siempre las cosas son como uno las piensa. La gente, por ejemplo, piensa que  la cosmovisión maya y el catolicismo son contrarios.
Sor Juana empezó a explicarme el paralelismo entre la cosmovisión indígena y  la filosofía franciscana.
-Tienen en común la naturaleza, explicó. San Francisco decía hermano Sol, hermana Luna, hermano Conejo... Para él sólo dos clases de insectos eran desagradables. Los indígenas vemos a la Tierra y al Universo con respeto. Somos parte de la naturaleza.
Otras explicaciones similares me dio Sor Claudia a la hora de la cena. Nuestro interés primordial está en los jóvenes a los que debemos rescatar e inyectar los valores propios de su cultura. Ella y Sor Juana me explicaron que iba a trabajar con hijos del conflicto armado y que parte de la misión sagrada del teatro era conservar la memoria histórica pero ayudar a sanar las heridas del alma.
Cuando traje a colación mi filiación, Sor Claudia explicó que eso no era importante sino lo que Dios me había puesto a mí a hacer. Imagínese, dijo, yo soy nicaragüense, producto de la Revolución Sandinista y estoy aquí paradójicamente en lo que ellos llamaban el Opio de los Pueblos. ¿Sabe qué es lo que hay que entender, Mario? Que la pobreza hay que desterrarla pero desde sus orígenes. Y esos están en la pobreza moral y espiritual de los seres humanos. En ningún otro lado, menos fuera de ellos. La pobreza se aguanta. El hambre también. Hay cosas peores que el hambre y la pobreza: la soledad, el vacío existencial,  el sin sentido de la vida... en fin... todo aquello que hemos dado en catalogar bajo el título de Miserias Humanas. Si hay un hambre y una pobreza que matan a nuestro pueblo son el hambre y la pobreza espiritual. Es la pobreza, material o espiritual, lo que engendra el odio. El sentimiento de privación nos vuelve celosos, malvados, rencorosos. Cuando alguien no manifiesta amor, nobleza o generosidad, significa que interiormente es pobre y miserable.
Esa fue la única vez que vi los ojos de Sor Juana chispear de tristeza. Una lágrima rodó por su mejilla y yo, aún, al recordar mi llegada a Zacualpa, se me hacen un nudo el corazón y la garganta porque me recuerdan mi egoísmo... que puedo convertirme en Cholopo al no pensar en los demás... o al creer que todo puede usarse hasta al hombre mismo y su dignidad.
Y si algo bueno me ha traído ese recuerdo es que fue lo que me impulsó a probarme el sombrero azul cielo que Vidalia me envió de Estados Unidos y que había pensado sólo como adorno sobre las almohadas de mi cama: Recordando mi vivencia en la capilla de tortura y  amargando mi alma, se me ocurrió hacerme reír a mi mismo y me vi frente al espejo, tomé el sombrero y me lo puse. Allí me di cuenta por qué Vida puso en la tarjetita, sobre la caja en la me lo envió desde Estados Unidos aquel extracto del libro Eva Luna de Isabel Allende: “...tuvimos la suerte de tropezar con un amor excepcional y yo no tuve necesidad de inventarlo, sino sólo vestirlo de gala para que perdurara en la memoria, de acuerdo al principio de que es posible construir la realidad a la medida de las propias apetencias...”.  Después, la frase que no entendía si era un imperativo, una instrucción o qué: “Que el Universo de este sombrero te sirva para escribir... y para amar”. Empecé a comprender de qué se trataba.
Me duché en la noche y al día siguiente para disfrutar el agua tibia del apartamento del convento que Sor Claudia me había asignado. Ese día siguiente, me desperté temprano al oír el concierto de pájaros y sentir aquel Sol puro y sincero. En el desayuno, en la misma mesa donde tomamos café el día anterior con Sor Juana estaban ella, Sor Claudia, las novicias Miriam y Karen y Sor Josefa, la superiora. Tras las presentaciones a quienes no me conocían, procedimos a comer en profundo silencio hasta que Sor Juana lo rompió.
 -¿Escuchó ruidos anoche?
-Si. Pero para mi es natural en construcciones de madera.
-A mí se me olvidó prevenirlo que iba a escuchar ruidos pero veo que le da lo mismo.
-Todo mundo se asusta al oírlos, dijo Karen, yo estaba aterrada la primera vez que me quedé aquí.
-No veo por qué, dije yo.
-Todos piensan que son las almas de los que fueron aquí torturados, dijo Josefa. Pero son sólo creencias.
-Son verdades Josefa, dijo Sor Juana muy seria. Y usted lo sabe.
-Si pero personas como el Profesor Mario no tienen por qué ser partícipes de ellas.
Empezaron entre todas a contarme que en el conflicto armado, el Ejército mató a muchos misioneros y hombres de Iglesia. Se apoderó de la Iglesia y del convento y lo convirtió en centro de torturas. Tomó todas las imágenes y las metió en una bodega con excepción del Cristo que, al no poderlo bajar del altar en el que estaba de un machetazo, le quitaron el brazo. Al darse cuenta, los oficiales que el pueblo le tenía miedo a la imagen mutilada la usaron también como parte de la escenografía en las estrategias de tortura.
-Pero usted no ha entrado a la otra capilla, me dijo Sor Josefa.
-Entraré la siguiente vez que venga cuando se me haya ido la impresión de la primera.
-Tiene razón, dijo Sor Juana, porque la otra capilla lo va a impresionar más.
Al regresar a casa y contarle todo esto a mi abuela Lola, me dijo que lo que tenía que hacer a la siguiente es poner una veladora que ella misma me compró en el Mercado San Martín, quemar incienso y pedir por la almas de los que allí fueron torturados, por las que torturaron los guerrilleros y el Ejército y porque Dios los perdone a todos. Esa ha de ser tu misión m´hijo, me dijo más que convencida. Y así lo hice la segunda vez que llegué al convento.
Esa segunda vez me acompañó Cholopo como asistente. Nos juntamos en Ciudad de Guatemala y en el camino le conté que iban a contratarme para hacer la obra de teatro La Travesti, lo cual me hacía estar en un asombro casi constante por el simple hecho que pensé que sólo me querían como dramaturgo -la obra es de mi autoría- pero decidieron que yo también hiciera el papel como un regreso apoteósico a la actuación, oficio que no ha dejado desde mis inicios en el teatro de caerme mal, razón por la que me especialicé en Dramaturgia, Dirección, Crítica y Docencia haciendo que mi grupo, escuela e ideas fueran muy respetadas en el medio cultural guatemalteco y reconocidas como una buena institución en su género asimilando siempre proyectos novedoso como el teatro para sordos, con deficientes mentales y ahora con hijos del conflicto armado en Zacualpa, El Quiché.
Ahora lo recuerdo todo con claridad aunque ya no de manera emotiva como antes. Para verlo con neutralidad me sirve ponerme el Sombrero de Vida en el que reside el Universo completo. Veo con claridad objetiva aquellas escenas de horror y genocidio y aunque no con indiferencia me alejo de toda reacción emocional al ver hombres, mujeres, ancianos, embarazadas, niños torturados, ensangrentados, destazados... destrozando la vida de toda una comunidad... de toda una Nación...
Con el Sombrero de Vida puesto, entiendo mejor por qué, algunos parecen odiarme cuando escribo objetivamente sobre estos temas... pero no tienen razones. Lo que pasa es que el reproche es muy profundo: Por qué yo y ellos han dejado trabadas en su garganta peores palabras. Piensan que porque se trata de algo en lo que no debiera meterme. Que es morboso remover heridas. Yo sé que no es por eso sino porque no llevan puesto el Sombrero de Vida. CONTINUARA.

Zacualpa, El Quiché, Guatemala.

1 comentario:

  1. Me ha encantado la narración, me ha hecho recordar momentos memorables, tan distantes en el tiempo y tan actuales tal cual hubiesen ocurrido hoy. Saludos en la distancia

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