El sombrero de Vida
Novela de Augusto Cesar
A Vidalia Gutiérrez, la dama de los sombreros
“La realidad es un revoltijo,
no alcanzamos a medirla o descifrarla porque todo ocurre al mismo tiempo.
Mientras usted y yo, hablamos aquí, a su espalda Cristóbal Colón está inventando América y
esos mismos indios que lo reciben en el vidrio de la ventana, están todavía
desnudos en la selva a pocas horas de esta oficina y seguirán estando allí
dentro de cien años. Yo trato de abrirme camino en ese laberinto,. De poner un
poco de orden en tanto caos, de hacer la existencia más tolerable. Cuando
escribo cuento la vida como a mí me gustaría que fuera”, Isabel Allende en Eva Luna.
A don Enrique Godoy, el gran novelista después de Asturias. A Ligia Villagrán, psicoastróloga de mi alma.
“... mientras pudiéramos
permanecer callados era como si nada hubiese sucedido, lo que no se nombra casi
no existe, el silencio lo va borrando hasta hacerlo desaparecer...”, Isabel Allende en Eva Luna.
Logramos
internar a Cholopo en el manicomio. Yo iba a verlo una vez a la semana aunque no me gustaba
entrar en contacto directo con él, lo cual hacía, con la aprobación de los
médicos, solo una vez cada dos meses. Lo observaba desde una cabina cuyo vidrio
camuflageado daba a un cuarto de espejos. La pregunta que yo formulaba era
siempre la misma: ¿Cómo sigue? La respuesta, con sobradas excepciones era
también la misma: Igual.
Una de dichas excepciones fue aquella vez que el
médico me dijo que Cholopo quería hablarme y al no verme se golpeaba con la
cabeza. Al verlo desde la cabina me rehusé a verlo. ¿Por qué?, indagó el
médico. Porque me ve a los ojos por el espejo. Es cierto, pero él no sabe
que.... El no. Pero su madre si. El no es quien quiere hablarme sino doña
Julia.
Al médico le pareció interesantísimo cuando le
expliqué que cuando Cholopo era doña Julia, creía que yo era su hijo. Así que
decidió filmar aquel encuentro...
-Hasta que se te dio la gana venirme a ver al
hospital, me dijo viéndome a los ojos. Sos un mal agradecido. Un bueno para
nada. Sobretodo ahora que tu prima, la ninfomanía me dijo lo que hiciste en
Zacualpa cuando eras patrullero civil.
-Si pero todo eso fue obligado.
-Mentiras. Hubiera sido mejor te machetearan a vos y
te abrieran las entrañas porque al enterarme serías un héroe. Pero fuiste tú el
que macheteaste, cercenó cuerpos, mató hombres, mujeres, niños, ancianos,
embarazadas. Igual que tu padre. Lo dejé porque se rió ante aquella masacre.
Doña Julia
empezó a recordar aquel fatídico 1 de noviembre.
-Tu maldito cumpleaños, infeliz. Día de los Santos y
de santo no tenés nada. Igual que a tu padre.
Ella y su marido fueron a medio día al cementerio
como lo hace tradicionalmente todo el pueblo que va a visitar a sus muertos a
dejarles flores, encenderles veladoras que duran hasta el día siguiente y
dulces de ayote o chilacayote que llaman cabeceras porque al dejarlos en la
cabeceras de las tumbas se cree los muertos se los comen llegada la noche.
-De pronto ese helicóptero empezó a rondar en el
cielo y sin respeto a nadie. Mucho menos a los ancestros, empezaron a disparar.
Doña Julia y su marido se metieron en el nicho del
panteón de uno de sus familiares en el que
años después sería ella enterrada.
-Era un infierno de indios porque todos corrían... gritaban...
caían ultimados. Era parte de la política de tierra arrasada del General Ríos
de Sangre. Y no me vengas que está escrito en los anales de los antepasados
quichés que ese hombre era necesario apareciera para que luego los ríos de
sangre se convirtieran en agua de vida eterna. Yo viví ese infierno. Tú
creciste en él. ¿Recuerdas cuando escuchábamos detonaciones, bombazos, etc. en
los barrancos... como cuando destruyeron la casa de Chocoyá? Pero resulta que
se te olvidó. Te quitaste la dignidad y te volviste un asesino más a
conveniencia. Maldito hijo de puta, dijo tomando un cuchillo y queriéndomelo
meter en las entrañas. Más te vale ser tus entrañas las que te sacaran. Pero si
no lo hizo nadie lo haré yo que soy tu madre.
Los enfermeros entraron y lo detuvieron. Le
inyectaron una droga que lo hizo caer al suelo de inmediato. Rápidamente lo
trasladaron a un cuarto donde le pusieron camisa de fuerza. Lo declararon
peligroso y aislado.
Nuestros amigos que veían tras el espejo por la
cabina, al ver aquello entendieron la razón de mis temores de hasta donde
llegaría la locura de Cholopo y el por qué me atacó en aquella carretera.
Iba para Zacualpa y decidí pasar por Chichicastenango
a saludar a Juan y a Samara que resultaron esperando bebé. Pero el mesero de
Chichirancho me dijo salieron a la
capital a un chequeo de emergencia. Le dejé una nota y decidí volver a la
carretera a esperar el bus que me conduciría primero a Quiché donde quedé de
juntarme para almorzar con una amiga procuradora de aquellas tierras.
Pero del otro lado de la carretera estaba Cholopo
quien se atravesó para saludarme primero. Cambiaste de día para no verme, me
dijo.
Si, le dije, mintiendo.
Empezó a reclamarme muchas cosas. Algunas de ellas
relacionadas con Augusto y otras con
Tegucigalpa. Dijo que él era el culpable de todo porque le había mal aconsejado
en mi contra y no quería perder mi amistad. Pero que yo le había robado unas
pinturas para dárselas en obsequio al Regidor de Tegucigalpa.
-Estás loco, aseguré. No tienes por qué inventar
tantas cosas para no pagarme el dinero que me debes.
-¿Terminaste de leer el libro aquél de...?
-Si. Ahora estoy concluyendo este que traigo en la mano.
-Ese te lo dio Héctor Mario, tu director de teatro, ¿verdad?
-Si. Ahora estoy concluyendo este que traigo en la mano.
-Ese te lo dio Héctor Mario, tu director de teatro, ¿verdad?
Cholopo rompió el libro y lo tiró al suelo, revelando
aún más el odio irracional contra Héctor Mario a quien denominaba “la víbora”.
Me quitó luego los anteojos que llevaba en la bolsa de la camisa y los destruyó
porque me los había obsequiado Héctor Mario. E inmediatamente de su mochila amarilla
sacó un cuchillo con el que empezó a amenazarme.
Con el incidente del hospital me di cuenta que no era
él el que me quería matar sino doña Julia pensando yo era él. Razón tenía Raúl
al decir que todo aquello era como la película “Psicosis”.
Empecé a gritar en medio de la carretera. Los
vehículos se estacionaron y bocinaban. Todos querían defenderme hasta que de la
nada apareció mi amiga la procuradora. Amonestó verbalmente a Cholopo y le dijo
me dejara en paz quitándole el cuchillo. Subimos al vehículo de ella y nos
fuimos a Quiché a almorzar.
-Ten cuidado. Ese tipo tiene el diablo metido. Lo que
cuenta de su madre no es cierto. El creció en mi casa donde mi madre lo cobijó
y le dio las mismas atenciones que a mí y
mis otros seis hermanos. Doña Julia trabajaba y era estricta como
cualquier madre. Ni más ni menos. Cuando él cumplió 15 años se fueron de la
casa. Pero a mí empezó a darme problemas. Cierto tipo, por ejemplo, llegó a
saber mis más íntimos secretos. Una vez los vi hablando y descubrí que lo que
yo contaba a Cholopo él lo divulgaba. Desde entonces tengo mis reservas con él.
Mi amiga como todos le tenía mucho aprecio porque no
sabía cómo divulgaba sus secretos. Sobretodo los relacionados con su ex
esposo, quien, según Cholopo, le
destruyó a ella hasta su casa poseído por el alcohol y los demonios a los
cuales servía cual brujo del mal.
-Pero ella tiene la culpa, decía en calumnia, por
indecente.
Tomé mi bus a Zacualpa y pasé meditando toda la noche
en el convento. Recordé las veces que preguntaba a Cholopo hasta donde llegaría
su agresividad. Recordé aquel Martes Santo cuando empezó a tirar todos los
objetos de la cocina, rabiando porque se le había acabado el gas. Yo asustado
en la habitación pensaba iba a agredirme hasta que decidí salir y calmarlo. No
te metas, dijo asustándome más.
Pese a las explicaciones del día siguiente, debí
darme cuenta que todo aquello era preámbulo para que agresiones se dieran en
crescendo como la de la carretera. Así que decidí no volverlo a ver, aunque
seguirlo ayudando de lejos. Con ayuda de Augusto lo internamos en el Hospital.
El se encargaba de todo. Yo no podía arriesgarme. Por eso también decidí que al
ir a verlo fuera de esa manera.
Me partió el alma ver a Cholopo en aquella celda de
aislamiento, atado por aquella camisa de fuerza, dormido por la droga. Y yo sin
duda le partí el alma al médico que me dejó entrar y abrazarlo sabiendo que no
me pasaría nada. Las lágrimas rodaron por mis mejillas cuando besé su frente y
me despedí de él para siempre, seguro que en mi futuro el ya no estaría y que
me esperaba lejos, en Honduras.
Y de nuevo esa visión
espantosa, con sabor a futuro incierto. En un momento me abstraje de la
realidad como si hubiera ingerido cocaína o cualesquiera de las drogas con las
que se cruza Cholopo. Un mendigo, al que todos creen borracho deambulando por
las calles, pidiendo limosna. Apestoso. Al que todos los niños mofan. Del que
toda mujer huye. Del que todo hombre cuchichea. Y al que todos llaman mosh achí
(literalmente loco, hombre = hombre loco) en claro y perfecto quiché. A
quien el suelo sostiene con su mano para
que no se vaya lejos, no se escape y cumpla su destino y cumpla maldiciones
ancestrales, de deudas pendientes de un pasado que él mismo ignora. Todo el manicomio pareció temblar y decir
también a gritos MOSH ACHI.
En dos
manicomios de capitales de países hermanos de Centro América había personajes
relacionados con el travestismo. En ciudad de Guatemala, Cholopo, que me había
enseñado los secretos del arte de ser mujer. En Tegucigalpa, el político
enamorado de mi como mujer. Los dos,
tenían alguien que velara por ellas.
Cholopo me tenía a mí y el político a mi hermano.
Pero,
mientras Cholopo no mostraba mejoría, el político si mejoraba. Sobretodo cuando
mi hermano dio a luz pública las pruebas de la verdad y el Regidor, acorralado
se suicidó con un disparo en la sien. Otra diferencia es que mi hermano si
podía dialogar con el político. Yo debía ver a Cholopo de lejos, en la cabina
tras el espejo porque el político
identificaba a mi hermano como su cuñado pero Cholopo en doña Julia pensaba yo
era Rodolfo.
Pese a las
críticas de los especialistas que no dejaban de molestar a Héctor Mario, la
acción se detenía en un cuadro plástico cuando mi hermano y el político
abrazados daban una señal de esperanza.
Las luces bajaban de intensidad
hasta la oscuridad total y el aplauso estruendoso se oía. Al volver la luz, el
público había brincado de su butaca para aplaudir de pie mi mejor actuación,
según algunos y la peor estupidez de Héctor Mario, según algunos comentarios de
prensa: Como se le ocurre darle importancia a un segundo acto, se leía en los
diarios. Cuando el gran actor sale del hermano, baja el ritmo de la obra, decía
otro. Está muy jalado. La obra debió quedar cuando se la llevan a ella en la
camilla.
Lo cierto
es que fue éxito de taquilla en escenarios de Guatemala, El Salvador y
Honduras. Cuando me indagaban en entrevistas sobre cómo aprendí a ser tan buena
travesti, les dije que tuve que tomar clases particulares con un especialista.
Pero no me atrevía a mencionar a Cholopo pensando lo perturbarían en el
manicomio de Guatemala de manera morbosa Por otra parte, Héctor Mario así lo
prefería para que no se revelara la antipatía que Cholopo le tenía y por saber
las razones de mi estado emocional del que me ayudó a salir con la obra de
teatro La Travesti. Y
es que, siendo uno espejo de los demás y viceversa, cuando nos encontramos por
el mundo es para que los demás vean parte de ellos reflejada en nosotros o que
uno vea parte de uno reflejada en los demás. Y eso había sucedido en mí con
Cholopo: Me reflejé en él como en un espejo su La Travesti su más fiel
imagen.
Fui citado al
manicomio por el doctor. Cuando
llegué, me dirigí inmediatamente a la habitación de Cholopo. No estaba. Algo
había ocurrido. Y de pronto se me nublo la vista. Todo desapareció a mí
alrededor. Y de nuevo esa visión
espantosa, con sabor a futuro incierto. En un momento me abstraje de la
realidad como si hubiera ingerido cocaína o cualesquiera de las drogas con las
que se cruza Cholopo. Un mendigo, al que todos creen borracho deambulando por
las calles, pidiendo limosna. Apestoso. Al que todos los niños mofan. Del que
toda mujer huye. Del que todo hombre cuchichea. Y al que todos llaman mosh achí
(literalmente loco, hombre = hombre loco) en claro y perfecto quiché. A
quien el suelo sostiene con su mano para
que no se vaya lejos, no se escape y cumpla su destino y cumpla maldiciones
ancestrales, de deudas pendientes de un pasado que él mismo ignora. Todo el
manicomio pareció temblar y decir también a gritos MOSH ACHI.
-Alguien lo dejó escapar, dijo el médico. Parece que
fue de los enfermeros. Fue muy molesto para todo el personal enterarse que
tiene SIDA.
Sentí un dolor muy hondo en el pecho. Llamé por el
celular a Augusto quien ha atendido a pacientes en su institución APAES,
SOLIDARIDAD. De inmediato, tomó su automóvil y se fue a Chichicastenango.
-Estoy seguro se fue para Chichi, le dije al médico.
-¿Por qué?
-Por las visiones. Hoy se hará realidad y Augusto va a
corroborarlo.
-Me siento muy apenado pero...
-No se preocupe.
-¿Cómo no? Va contra la eficiencia y el prestigio...
-Pero no contra el destino. Y el destino de él es
enfermarse, deteriorarse, deambular por las calles como mendigo. Ni siquiera
lograrán matarlo cuando intenten lincharlo. La soledad será su más fiel
compañera.
El médico quedó estupefacto mientras yo le conté a
grandes rasgos la historia y cómo yo podía ver el pasado, el presente y futuro
de Cholopo con una lógica elemental. Ávido de detalles, me interrogaba, razón
por la cual no sentimos pasó el tiempo.
-Increíble esté frente al que hizo de La Travesti. Vi la obra
varias veces y pienso como los críticos salvadoreños que no debió haber tenido
un segundo acto.
-Vale la noción, le dije, haciendo gala de mi
profesionalismo. El teatro en la actualidad es interactivo y permite tesis como
esa. Así que la discusión es importante. Y sobretodo que usted se coloque en
una postura específica.
-Pensé iba a ofenderlo.
-Para nada.
-Entonces sígame contando porque saber la historia de
Cholopo es como saber más de La Travesti. Además , eso me explica por qué, pese a
quererlo usted tanto no se deja ver por él. Inicialmente pensé que es porque
usted le teme ya que él lo ha agredido físicamente.
-No. Es como no querer uno seguir viendo al espejo
las propias imperfecciones.
-Hay veces que a mí no me gusta verme al espejo y
prefiero ni rasurarme.
-Uno es espejo de los demás y viceversa, doctor.
Cuando nos encontramos por el mundo es para que los demás vean parte de ellos
reflejada en nosotros o que uno vea parte de uno reflejada en los demás. Me
reflejé en Cholopo como en un espejo La Travesti su más fiel imagen.
-Entonces, ¿por qué evitarse verse en él?
-Confieso que a ambos nos gustaba vernos mutuamente.
Pero yo llegué a comprender algo que pienso él también comprendió aunque a su
manera. Los dioses así lo dispusieron y el destino no se discute. El como yo,
también debe saberlo en medio de su locura.
-¿Por qué supone eso?
-Los dioses no son injustos. Al contrario. No iban a
darme a mí un privilegio y a él no. El problema es la capacidad de cada quien
de verse al espejo.
-O que le guste a uno verse al espejo o no.
-Así es doctor.
Parecía que todos los relojes se habían detenido. Y
así fue. Augusto llegó justo a tiempo para impedir que la turba enardecida
linchara a Cholopo. Ni bien lo vieron llegar, se regó la bola de que el
responsable de que tanta gente estuviera infectada en Chichicastenango había
regresado. Y sin importar que llegara del manicomio y estaba en su sano juicio,
intentaron matarlo.
Como cosa rara, según Augusto, el alcalde indígena
defendió a Cholopo. El también sabía los designios del destino y cómo aquella
tierra reclamaba su presencia y su final en venganza...
Como Augusto sabía la historia y cómo iba yo a
proceder, llamó diciendo que todo estaba
bajo control. No sé cómo se atrevió cuando sabía que yo sabía la verdad. Esa
visión espantosa ya no era visión espantosa.
De hecho, ya no volvería a mi mente. La realidad la absorbía. Ya no era
futuro incierto. Era aquí y ahora. En un
momento me abstraje de la realidad por
última vez como si hubiera ingerido cocaína o cualesquiera de las drogas con
las que se cruza Cholopo. Un mendigo, al que todos creen borracho deambulando
por las calles, pidiendo limosna. Apestoso. Al que todos los niños mofan. Del
que toda mujer huye. Del que todo hombre cuchichea. Y al que todos llaman mosh
achí (literalmente loco, hombre = hombre loco) en claro y perfecto quiché. A
quien el suelo sostiene con su mano para
que no se vaya lejos, no se escape y cumpla su destino y cumpla maldiciones
ancestrales, de deudas pendientes de un pasado que él mismo ignora. Todo el
manicomio pareció temblar y decir también a gritos MOSH ACHI. Así como tembló
todo Chichicastenango. De hecho, el conato de linchamiento fue parte de esa
reacción telúrica transfundida en las almas y corazones de todos aquellos que
quisieron, según ellos, tomar justicia por sus propias manos.
No cabe duda que el espejo se rompió cuando decidí
apartarme de Cholopo. Por buen tiempo, no supe nada de él mientras yo vivía y
disfrutaba de la montaña roja del sur de Tegucigalpa. Al regresar a Guatemala,
y entrar obviamente en contacto con Zacualpa, encontré en el camino a Juan con
su hija en brazos. Me contó que, gracias a mis consejos, le habían puesto a la
niña Luna Sol. Me dijo que no era necesario me lo dijera porque una lagartija
invisible le había dicho que yo ya sabía eso y que lo mismo ocurría con
Cholopo. Así que estaba demás decirme que terminó deambulando por las calles de
Chichicastenango, harapiento, apestoso... Que el hedor de su alma transpiraba
por sus poros. El mote de Mosh Achí ya
no era divertido y gracioso sino deprimente, descriptivo y determinante. En el
mercado de Chichicastenango le regalan las migajas de lo que sobra para que se
alimente. Si antes, nadie se atrevía a entrar a su casa, ahora menos porque los
indígenas dicen que bajo los matorrales secos de aquella pocilga existe un pozo
sin fondo y que quien cae a él ya no sale porque es una de las entradas
secretas al infierno de Xibalbá.
–Demás está decirte las razones de esta tierra para
haberlo hecho volver y no dejarlo ir, me dijo Juan, meciendo a Luna Sol dormida
entre sus brazos. Decidiste ya no verte en ese espejo. El en cambio, en
momentos de lucidez te recuerda. Dice que pareces uno de los fantasmas que lo
persiguen pero que no lo eres porque eres el espejo del amor, de la lógica y la
cordura. Que si él es Mosh Achí es porque tú estás cuerdo. Que sabe estás en la
montaña roja del sur de Tegucigalpa mejor sin él. Creo agradece tus buenas
intenciones de llevarlo allá para que se curara y...
Pedí a Juan callara y que si tenía algo más que
decir, lo omitiera. Por mi parte, el espejo estaba roto y no deseaba
reconstruirlo. Accedió porque sabía yo no tenía nada que ver con el presente de
Cholopo a quien la serpiente llamada Chichicastenango lo enroscó y lo atrapó
para siempre.
El día de
la última representación de La
Travesti , Héctor Mario entró al camerino con una caja muy
grande. Me extrañó no verlo con la tradicional rosa amarilla que colocaba en el
florero que tenía yo frente al espejo en el que me maquillaba y desmaquillaba
pero en el momento reaccioné al ver que no podía portar flor alguna con
semejante caja.
Le pregunté
por su pareja y me dijo que ese día estaba indispuesto y no iría a la
develización de la placa. Luego, la explicación esperada...
-Hoy no hay
rosa. Pero en cambio, algo para la estrella principal que viene en esta caja.
-¿Qué es?
¿Un pastel o algo así?
-No, Mario,
no. Es algo que te envió Vidalia desde Estados Unidos.
-¿Un
sombrero?
-¿Qué comes
que adivinas?
-¿Qué otra
cosa pudiera ser siendo ella la dama de los sombreros? Siempre he dicho que es fabricante de sombreros e ilusiones.
-Y estoy
seguro que con muchas ilusiones fabricó este sombrero. Pues si. Es un sombrero.
Pero es muy extraño. Como extraña la leyenda que escribió en la tarjeta. Perdóname, tuve que leerla porque ya sabes
cómo es la seguridad de este teatro.
Comprendiendo
aquello que a simple vista sería una falta de educación pero que era simple
previsión, procedí a leer la leyenda. Ni siquiera era algo de ella, sino un
fragmento de la novela Eva Luna de Isabel
Allende: “...tuvimos la suerte de tropezar con un amor excepcional y yo no tuve
necesidad de inventarlo, sino sólo vestirlo de gala para que perdurara en la
memoria, de acuerdo al principio de que es posible construir la realidad a la
medida de las propias apetencias...”.
Después, una frase que no entendía si era un imperativo, una instrucción
o qué: “Que el Universo de este sombrero te sirva para escribir... y para
amar”.
-Vamos,
ábrelo, insistió Héctor Mario, para ver de qué.
-No, dije
intuyendo que la apertura de aquella debía ser un ritual para mi mismo.
-¿Cómo que
no? Obviamente es un sombrero.
-Luego te
cuento. Pero ahora dejemos esta caja en paz.
La última
función fue todo un éxito. Llegaron todos mis amigos. Me agradó ver en primera
fila a Augusto y Raúl quien no vaciló en ofrecerme halón a mi casa después de
la función y la ceremonia de develización de la
placa conmemorativa. Claro que si, le dije, pero con la condición de que
primero me invites a la tuya a comer tus tradicionales espaguetis.
-Sabía me
pedirías eso. Así que los dejé preparados con todo y calamares antes de venir.
Después de
aquella cena en la que también participaron Héctor Mario y Augusto y en la que
la caja permaneció esperándome en el interior del vehículo de Raúl, llegué a
casa. Encendí una vela y esperé llegara la media noche. Un aire tibio entraba a
mi habitación y decidí me acariciara todo el cuerpo. Así que desnudo estaba
esperando como a mi mejor amante a la media noche bajo la luz de la luna llena.
Quemé incienso para embriagar todos mis sentidos. Tomé vino para relajarme.
Contemplé la tarjetita que escribió Vidalia citando a Isabel Allende. Sabía iba
a ser importante a partir de ese momento así que la guardé celoso en mi libro
de cabecera. En eso, me sorprendió el
reloj con doce campanadas. Es la hora, pensé. Abrí la caja de manera ceremoniosa
y saqué aquel sombrero azul cielo con estrellas, constelaciones, soles y lunas
bordadas con hilo de oro. En efecto, tal y como dice Vidalia en la leyenda,
para escribir y para amar, para mi solito,
allí reside el universo completo.
FIN
DE LA PRIMERA PARTE
Tegucigalpa, Honduras, marzo
18 de 2005 (0:00 hrs)
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