viernes, 27 de septiembre de 2013

El sombrero de Vida, 6

El sombrero de Vida

Novela de Augusto Cesar

A Vidalia Gutiérrez, la dama de los sombreros


“No se puede amar al servicio militar sin detestar al pueblo”, Isabel Allende en De amor y de Sombra.





A Sor Juana Ixcot, amiga que me devela la realidad de mi país. A Mario Sarti, confidente del alma.

“La desgracia se lleva en la sangre”, Isabel Allende en De amor y de Sombra.



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Fui a adherirme al Plan Pastoral Juvenil de Zacualpa como instructor de Teatro. Me parecía una coincidencia porque acababa de conocer a Cholopo e ingenuamente pensaba que podían hilarse una serie de hechos y acontecimientos que pudiéramos hacer teatro juntos. Pero el destino no se puede manejar antojadizamente. Sobretodo cuando hay cuentas invisibles e inaudibles pendientes, lo cual era el caso de Cholopo. Así que las primeras veces le pedía me acompañara en calidad de auxiliar y aprovechaba yo, con su guía para conocer lugares cercanos. Nos complementábamos muy bien en lo de la cátedra pero yo debía buscarle mensualmente por todos lados para recordarle que debía ir a Zacualpa, lo cual provocaba malestar entre ambos porque mis móviles eran profesionales pero los de él de otra índole. Por ello, cuando llamé a Laura me preguntó si estaba celoso de ella o no cuando lo que quería era que no quedara mal porque me hizo quedar mal. Cuando me cansé y decidí poner las cosas en su lugar,  literalmente lo eché del proyecto.
Recuerdo cuando llegué a mi primer viaje de inspección a Zacualpa, citado por Sor Claudia Lara, joven monja franciscana encargada del plan pastoral. Tomé el autobús de Ciudad de Guatemala directo al lugar. A Cholopo, en una de nuestras habituales discusiones por teléfono le dije que no llegara. Así que sólo hice el trayecto de 4 horas y media. Al entrar al territorio del Departamento de El Quiché, sobrepasar Chichicastenango y Santa Cruz de El Quiché empecé a notar el desarrollo de la región, obligación que se habían impuesto instituciones gubernamentales y no gubernamentales, nacionales e internacionales, como parte de los Acuerdos de Paz que intentan reparar los errores del conflicto armado interno.
Como coincidencia yo pertenecía a las Mesas Intersectoriales de Cultura de Paz. Ocupé la plaza representando varias instituciones culturales, gracias a la invitación de Héctor Mario quien aún no se había convertido en mi director de teatro. Como parte de las actividades de dichas mesas, recibí capacitación y las Universidades Rafael Landívar y de San Carlos de Borromeo. Me diplomaron como Agente de la Paz, lo cual llevó a designarme en otras naciones como Embajador de la Cultura de Paz, uno de los títulos con los que me reconocieron desde el primer momento en Tegucigalpa, Honduras.
Así como Cholopo no podía manejar ni hilvanar antojadizamente su destino, así tampoco podía yo hilvanar el mío. El destino me había llevado a Zacualpa para marcar mis días. La primera impresión en el camino que lleva de Santa Cruz de El Quiché a Zacualpa y pasa por la Laguna de Lemoha, los poblados de Chinique y Chiché es de un hermoso paisaje en el que se combinan bosquecillos de pinos, casas pintorescas, riachuelos cantarines, humedad, cielo azul y aire puro y despejado.
Al llegar a Zacualpa, bajé del autobús en el Parque Central donde esplende la antigua Iglesia. Lo primero que hice fue observarla y, como me pasa siempre en cualquier poblado, no resistí la tentación de entrar a admirar las esculturas patrimoniales. Pregunté a Aurelio, el sacristán por las monjas y me condujo a una construcción moderna donde estaban agrupadas varias de ellas. Sor Claudia salió a recibirme y me dijo que me quedara en la sala porque ella atendía a miembros de la orden provenientes de otros países en ese momento.
Me instalé en la sala y fue allí donde conocí a Sor Juana quien instantáneamente se convirtió en mi gran amiga. Confieso que por su porte gallardo y elegante y su gesto sencillo pensé desde un inicio ella era la superiora, hasta que en una entrevista para la radio ella aclaró que no era más que un miembro de la comunidad y que la superiora era la monja de corte, sor Josefa.
Sor Juana posee un gran sentido del humor. Con ella se la pasa uno siempre bien. Así que con toda familiaridad y confianza empezamos a tratarnos....
-¡Llegó el instructor! Y me imagino que quiere café porque yo he de contarle que hago un café delicioso. Lo que no le recomiendo son los manjares que cocino porque todos salen corriendo. Yo no sé cocinar.
Sor Juana empezó a carcajearse y me invitó a pasar al comedor.
-Voy a hacer una cena con personas que me caen mal y la invitaré a que usted sea el chef, dije siguiendo la broma.
Entre broma y broma, Sor Juana me sirvió el exquisito café y desde entonces la tacita se convertía en el ritual de bienvenida que ella me daba al convento todos los meses cuando iba a dar instrucciones a los jóvenes de Zacualpa.
Sor Juana aparenta menos años de los que tiene. Estoy seguro que parte del secreto de su eterna juventud es su sentido del humor. Hay un fraile que me dice Sor Sonrisa, me dijo iniciando con eso la historia de su vida: Mujer, nacida en Santo Domingo Xenacoj en el seno de la étnia cakchiquel. Hija de un matrimonio católico que procreó seis hijos, de los cuales la mayoría son varones y la respetan como la autoridad religiosa que es.
-Al inicio mi papi se enojó cuando me vine al convento. Pero mi hermano el psicólogo me alentaba en mi vocación para que yo no me sintiera mal porque sólo mami me  apoyaba. Ahora él se siente orgulloso de mi y se da cuenta que la exigencia de nietos se la satisfacieron sus otros hijos. Yo soy feliz en esto. Esta es mi vida.
Juana heredó el conocimiento ancestral de su raza en torno a las medicinas. Por ello, la congregación le encargó la clínica naturista y el cultivo de plantas medicinales. Nunca estudió para lo que hace. Mi abuelita, a veces, me guía en sueños... lo raro es que todos los pacientes dicen sentirse mejor conmigo que en los hospitales o con los médicos. Creo que la mejor medicina que les doy es el buen trato. Las enfermedades son del alma y se manifiestan en el cuerpo.
Después del café, pedí a Sor Juana ir a la capilla y ella me acompañó con gusto. Me entró a un espacio reducido. Sin decir nada, esperó mi reacción pero como ciego en lo único que se centró mi atención fue en una escultura de baquelita que simulaba una mujer con resplandor, obviamente la Virgen Maria, vestida de indígena de Zacualpa con un niño amarrado a sus espaldas.
-Es la Virgen de Zacualpa, dijo mientras se daba cuenta que mis ojos iban al crucificado que tenía un brazo roto.
-Lo acaban de mandar a restaurar y lo dejaron así de verde. No tiene un brazo porque el Ejército los descuartizó.
Sentí como que algo retorcía mi corazón, me dieron ganas de llorar al ver que las paredes estaban manchadas. Oía en lo profundo de mi ser gritos de hombres, mujeres y niños de todas las edades. De pronto, mis pupilas se centraron en una especie de reposadera. Sor Juana al ver mis reacciones, tomó la tapadera de la reposadera y la abrió. Allí había tierra adentro.
-Aquí se iba la sangre porque lo que son nuestras capillas eran cuartos de tortura que el Ejército usaba para diezmar al pueblo. Esas manchas de la pared es sangre que se ha decidido conservar intacta para preservar la memoria histórica.
Sentí que el cielo y la tierra se me juntaban
-Creo que no soy el indicado en estar aquí.
-¿Por qué? Dios nos tiene donde debemos estar.
-Yo desciendo de un guerrillero, dije explicándole a Sor Juana mi origen.
A través de Sor Juana entendí que no todos iban a acusarme de los errores que no fueran míos. Dulcemente, cambió el tema...
-No siempre las cosas son como uno las piensa. La gente, por ejemplo, piensa que  la cosmovisión maya y el catolicismo son contrarios.
Sor Juana empezó a explicarme el paralelismo entre la cosmovisión indígena y  la filosofía franciscana.
-Tienen en común la naturaleza, explicó. San Francisco decía hermano Sol, hermana Luna, hermano Conejo... Para él sólo dos clases de insectos eran desagradables. Los indígenas vemos a la Tierra y al Universo con respeto. Somos parte de la naturaleza.
Otras explicaciones similares me dio Sor Claudia a la hora de la cena. Nuestro interés primordial está en los jóvenes a los que debemos rescatar e inyectar los valores propios de su cultura. Ella y Sor Juana me explicaron que iba a trabajar con hijos del conflicto armado y que parte de la misión sagrada del teatro era conservar la memoria histórica pero ayudar a sanar las heridas del alma.
Cuando traje a colación mi filiación, Sor Claudia explicó que eso no era importante sino lo que Dios me había puesto a mí a hacer. Imagínese, dijo, yo soy nicaragüense, producto de la Revolución Sandinista y estoy aquí paradójicamente en lo que ellos llamaban el Opio de los Pueblos. ¿Sabe qué es lo que hay que entender, Mario? Que la pobreza hay que desterrarla pero desde sus orígenes. Y esos están en la pobreza moral y espiritual de los seres humanos. En ningún otro lado, menos fuera de ellos. La pobreza se aguanta. El hambre también. Hay cosas peores que el hambre y la pobreza: la soledad, el vacío existencial,  el sin sentido de la vida... en fin... todo aquello que hemos dado en catalogar bajo el título de Miserias Humanas. Si hay un hambre y una pobreza que matan a nuestro pueblo son el hambre y la pobreza espiritual. Es la pobreza, material o espiritual, lo que engendra el odio. El sentimiento de privación nos vuelve celosos, malvados, rencorosos. Cuando alguien no manifiesta amor, nobleza o generosidad, significa que interiormente es pobre y miserable.
Esa fue la única vez que vi los ojos de Sor Juana chispear de tristeza. Una lágrima rodó por su mejilla y yo, aún, al recordar mi llegada a Zacualpa, se me hacen un nudo el corazón y la garganta porque me recuerdan mi egoísmo... que puedo convertirme en Cholopo al no pensar en los demás... o al creer que todo puede usarse hasta al hombre mismo y su dignidad.
Y si algo bueno me ha traído ese recuerdo es que fue lo que me impulsó a probarme el sombrero azul cielo que Vidalia me envió de Estados Unidos y que había pensado sólo como adorno sobre las almohadas de mi cama: Recordando mi vivencia en la capilla de tortura y  amargando mi alma, se me ocurrió hacerme reír a mi mismo y me vi frente al espejo, tomé el sombrero y me lo puse. Allí me di cuenta por qué Vida puso en la tarjetita, sobre la caja en la me lo envió desde Estados Unidos aquel extracto del libro Eva Luna de Isabel Allende: “...tuvimos la suerte de tropezar con un amor excepcional y yo no tuve necesidad de inventarlo, sino sólo vestirlo de gala para que perdurara en la memoria, de acuerdo al principio de que es posible construir la realidad a la medida de las propias apetencias...”.  Después, la frase que no entendía si era un imperativo, una instrucción o qué: “Que el Universo de este sombrero te sirva para escribir... y para amar”. Empecé a comprender de qué se trataba.
Me duché en la noche y al día siguiente para disfrutar el agua tibia del apartamento del convento que Sor Claudia me había asignado. Ese día siguiente, me desperté temprano al oír el concierto de pájaros y sentir aquel Sol puro y sincero. En el desayuno, en la misma mesa donde tomamos café el día anterior con Sor Juana estaban ella, Sor Claudia, las novicias Miriam y Karen y Sor Josefa, la superiora. Tras las presentaciones a quienes no me conocían, procedimos a comer en profundo silencio hasta que Sor Juana lo rompió.
 -¿Escuchó ruidos anoche?
-Si. Pero para mi es natural en construcciones de madera.
-A mí se me olvidó prevenirlo que iba a escuchar ruidos pero veo que le da lo mismo.
-Todo mundo se asusta al oírlos, dijo Karen, yo estaba aterrada la primera vez que me quedé aquí.
-No veo por qué, dije yo.
-Todos piensan que son las almas de los que fueron aquí torturados, dijo Josefa. Pero son sólo creencias.
-Son verdades Josefa, dijo Sor Juana muy seria. Y usted lo sabe.
-Si pero personas como el Profesor Mario no tienen por qué ser partícipes de ellas.
Empezaron entre todas a contarme que en el conflicto armado, el Ejército mató a muchos misioneros y hombres de Iglesia. Se apoderó de la Iglesia y del convento y lo convirtió en centro de torturas. Tomó todas las imágenes y las metió en una bodega con excepción del Cristo que, al no poderlo bajar del altar en el que estaba de un machetazo, le quitaron el brazo. Al darse cuenta, los oficiales que el pueblo le tenía miedo a la imagen mutilada la usaron también como parte de la escenografía en las estrategias de tortura.
-Pero usted no ha entrado a la otra capilla, me dijo Sor Josefa.
-Entraré la siguiente vez que venga cuando se me haya ido la impresión de la primera.
-Tiene razón, dijo Sor Juana, porque la otra capilla lo va a impresionar más.
Al regresar a casa y contarle todo esto a mi abuela Lola, me dijo que lo que tenía que hacer a la siguiente es poner una veladora que ella misma me compró en el Mercado San Martín, quemar incienso y pedir por la almas de los que allí fueron torturados, por las que torturaron los guerrilleros y el Ejército y porque Dios los perdone a todos. Esa ha de ser tu misión m´hijo, me dijo más que convencida. Y así lo hice la segunda vez que llegué al convento.
Esa segunda vez me acompañó Cholopo como asistente. Nos juntamos en Ciudad de Guatemala y en el camino le conté que iban a contratarme para hacer la obra de teatro La Travesti, lo cual me hacía estar en un asombro casi constante por el simple hecho que pensé que sólo me querían como dramaturgo -la obra es de mi autoría- pero decidieron que yo también hiciera el papel como un regreso apoteósico a la actuación, oficio que no ha dejado desde mis inicios en el teatro de caerme mal, razón por la que me especialicé en Dramaturgia, Dirección, Crítica y Docencia haciendo que mi grupo, escuela e ideas fueran muy respetadas en el medio cultural guatemalteco y reconocidas como una buena institución en su género asimilando siempre proyectos novedoso como el teatro para sordos, con deficientes mentales y ahora con hijos del conflicto armado en Zacualpa, El Quiché.
Ahora lo recuerdo todo con claridad aunque ya no de manera emotiva como antes. Para verlo con neutralidad me sirve ponerme el Sombrero de Vida en el que reside el Universo completo. Veo con claridad objetiva aquellas escenas de horror y genocidio y aunque no con indiferencia me alejo de toda reacción emocional al ver hombres, mujeres, ancianos, embarazadas, niños torturados, ensangrentados, destazados... destrozando la vida de toda una comunidad... de toda una Nación...
Con el Sombrero de Vida puesto, entiendo mejor por qué, algunos parecen odiarme cuando escribo objetivamente sobre estos temas... pero no tienen razones. Lo que pasa es que el reproche es muy profundo: Por qué yo y ellos han dejado trabadas en su garganta peores palabras. Piensan que porque se trata de algo en lo que no debiera meterme. Que es morboso remover heridas. Yo sé que no es por eso sino porque no llevan puesto el Sombrero de Vida. CONTINUARA.

Zacualpa, El Quiché, Guatemala.

jueves, 19 de septiembre de 2013

El sombrero de Vida, 5

El sombrero de Vida

Novela de Augusto Cesar

A Vidalia Gutiérrez, la dama de los sombreros


“No se puede amar al servicio militar sin detestar al pueblo”, Isabel Allende en De amor y de Sombra.





A Sor Juana Ixcot, amiga que me devela la realidad de mi país. A Mario Sarti, confidente del alma.

“La desgracia se lleva en la sangre”, Isabel Allende en De amor y de Sombra.


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Antes del Terremoto del 4 de febrero de 1976, mi abuela Lola, la Tía Lita y Lofo fueron a Chichicastenango. Trajeron muchas fotografías con las mismas características románticas de postal y paisaje ingenuo que esconden su promiscuidad e hipocresía. Nadie iba a pensar que en el 2004 yo iba a darme cuenta cómo Chichi es apenas una escenografía para entretener y engañar extraños y que tras sus bambalinas se esconden historias de promiscuidad, perversión e hipocresía.
Una de esas fotografías retrata a mi abuela Lola y a mi tía abuela, la novia del Sombrerón en las gradas de la Iglesia de Santo Tomás. Al lado de los clásicos indios quemando incienso y danzando para deleite de todo aquel que participa de aquella farsa. Esa foto la puse en un marco justos dos días antes del Miércoles de Ceniza del 2004. He aprendido que me suceden cosas en este tipo de fechas para que no se me olviden...
Íbamos rumbo a El Quiché en el carro con mi hermana Claudia Patricia, mi papá, Mishelle, mi sobrina y Alejandra, hermana de padre de Patricia y mía... Casi llegábamos a Chichicastenango cuando ¡por poco! nos vamos entre el barranco en una de sus famosas curvas peligrosisímas. De “suerte”, mi papá encontró un espacio preciso que parecía estarnos esperando. Mi hermana llama a la grúa, esperamos muchísimo y volvimos en medio de las bromas de Alejandra que tiraba besos como si fuéramos en una carroza y ella la reina de belleza.
Patricia estaba enojadísima y con sobrada razón: No pudo hacer sus diligencias y le salió carísima la broma porque lo de la grúa fue un gasto que no estaba contemplado en su presupuesto ni lo de la reparación del carro de papá. Como no tenía otra forma de ayudarla que no fuera la moral, le dije nos fuéramos en autobús el Miércoles Santo y así lo hicimos. Rápido hizo sus gestiones, dimos vueltas por Santa Cruz de El Quiché y como nuestro hermano, -también sólo de papá,- Arturo, no estaba en su despacho pues la exhorté a ir a Chichi a perder el tiempo, a lo cual ella accedió gustosa como si fuera un infante. 
De hecho obligué a mi hermana a subir al Cerro a ver a la piedra Pascual Abaj. Tenía la certeza que debíamos estar allí por muchas cosas y razones. Una de ellas fue la experiencia que tuve en la selva de El Petén, seis meses atrás, cuando en una raíz encontré la efigie natural de una deidad maya que tiempos atrás me había regalado Carlos Méndez, que en paz descanse. A Patricia parecía iba a darle un infarto porque se sofocaba. Así que lo primero que hizo al llegar a la cima fue comprar agua para beber y observar cómo se quedaban los residuos de rituales que los indios van a hacer al visitar la piedra: Desde toallas sanitarias femeninas hasta plumas de gallina despescuezada.
Al estar frente a la piedra por tercera vez en mi vida recordé las otras dos. La primera, cuando niños fuimos Patricia y yo con mi abuela Lola y Lofo. La segunda fui con Carlos y hasta llovió. Pero ninguna fue tan especial como esta tercera en la cual-escuché claramente una voz femenina que me dijo: Aquí estarás.
-¿Que dijiste Patty?, pregunté a mi hermana.
-Yo nada. No mira que he estado bebiendo agua, dijo con su altanería acostumbrada. ¿Cómo iba a hablar con la boca llena?
-Es cierto, pensé. ¿Sería la piedra la que habló? Eso creí en ese momento mientras veía una lagartija corretear sobre la rama de un árbol.
-Pues de repente, dijo mi hermana burlándose. Podría ser ventriloquia para atraer turistas o algo así. Habría que estarse un buen rato aquí para ver si vuelve a mover el hocico. Y empezó a carcajearse.
Independientemente de las burlas de Patricia, ese fue el preámbulo de algunos de mis descubrimientos posteriores que me acercarían a verdades esenciales: Que soy vocero de mis antepasados, que iba a saber claramente qué es lo que quiero para mi y sobretodo qué es lo que no quiero, que iba a entender por qué algunos se resienten cuando descubren que somos esclavos de los dioses pero que esta esclavitud es precisamente la libertad. Y aunque no hubiesen existido esas respuestas filosóficas posteriores, en nada me afectaba lo que Patricia dijo porque de alguna manera tenía que vengarse de mí por haberla hecho subir y sofocarse.
Llegué a entender también el por qué del resentimiento de los indios. Por qué ellos y sus productos culturales, como el Pascual Abaj son traicioneros, hipócritas, esquivos, desconfiados, mentirosos y no dan los ojos directamente... por qué prefieren meter el cuchillo antes que se los metan... primero porque estamos en una etapa de degeneración de lo que en tiempos remotísimos, antes de Babilonia fue el país de Aztlán, la región de los Mayas donde el mito y la verdad son una cosa... donde la sabiduría hermanaba a los hacedores de pirámides en América y Egipto como ilustres herederos de la catástrofe de Poseidonia. Segundo... el dolor nos vuelve como chuchos patiados, animales heridos... y eso son los indios... tienen dolor en el alma... nacen con dolor, viven con dolor, mueren con dolor... después de tantos malos tratos y traiciones que no sólo hicieron posible las conquistas sino que convirtieron el maravilloso territorio, antes habitado por los Mayas, en tierra de traidores, de caines y abeles, de judas y cristos para ver quién aguanta más. En la conquista los judas fueron los cakchiqueles, los cristos quemados, los quichés y eso aquellas tierras no lo olvidan. Y siendo el indio parte de la Tierra, aunque no lo entienda está tatuado en su piel la tristeza de la historia y del decaimiento moral que se refleja en su música, su forma de andar, etc.
Un decaimiento moral que a veces llega al cinismo como en el caso del Cholopo a quien conocí días más tarde, de quien me hice amigo y con quien recorrí Chichi en todos sus rincones. A la piedra la fuimos a ver en la noche y la última vez, cuando más me engañó Pascual Abaj, en el día. Hasta quemamos velas en agradecimiento... la verdad es que la piedra sólo me entretuvo para que me quedara esa noche en casa de Cholopo y me diera cuenta que a las 4 de la mañana llega siempre a visitarlo su amante Eleazar, un ladronzuelo que le lleva objetos robados. Me quedé temblando. Y por más que le preguntaba al Cholopo qué pasaba me decía que nada. Pero yo sabía que sabía. Así que, al regresar a casa se lo conté a Juan, el hijo de la sacerdotisa, mi primer guía en aspectos de la cosmovisión maya y dueño de Chichirancho, por teléfono y me explicó que yo había neutralizado el mal que Eleazar le lleva al Cholopo y que yo, gracias a mis nahuales, podía librarlo del mal haciendo un rito. Al contárselo a Cholopo este se molestó. El Juan con lo que le dijiste sólo va a confirmar lo que le han dicho, rezongó. Al darme cuenta que a Cholopo sólo le interesaba la apariencia, decidí no ayudarlo y alejarme de él definitivamente.
¿Y es que qué puede valer una persona que esquiva calles para no darle la cara a la gente que le debe dinero... o a miembros de las maras con los que se ha acostado y le chiflan y silban diciéndole “Cholopo I love you nena”? ¿Qué puede valer alguien que esconde su homosexualidad burlándose de otros como de Juan Chish... o diciendo que su madre lo castró a tal grado que llegamos a pensar que se acostó con ella... cuando por justificar que es un mal hijo le echa toda la culpa a ella? Por eso lo primero que hice al enterarme de la verdad, al quitarle la máscara al Cholopo fue ir al Cementerio a pedirle perdón a doña Julia por mis malos pensamientos. ¿Que podía yo esperar de alguien que no sólo habla pestes de su madre sino que sobre la tumba de ésta se ha revolcado con cuanto hombre ha podido infectándose e infectando de SIDA?
Estando en Tegucigalpa, Honduras, recordaba el mirador de Chichi debido a que la primera es una ciudad mirador y donde yo vivo son las montañas del sur. Llegué a maldecir a Chichi al recordarme de toda la hipocresía y asquerosidad del Cholopo, la piedra y sus indios. Pero me di cuenta que no era necesario maldecir lo que ya estaba maldito. Por ello, se había constituido en una jaula, en un pantano que reclamaba sus propios miasmas. Por ello es que el Cholopo, fuera de toda lógica no aceptó mi invitación para irse a trabajar a Honduras conmigo y salir del estado de pobreza material y moral en el que vive. Gracias a Dios porque hay que ver la víbora que me echaba encima. Literalmente, víbora porque hay que ver que vive en un nido tal y como viven estos animales... su casa es la única casa que no tiene electricidad en todo el pueblo, no tiene puertas, acumula basura y restos de vegetación en medio de aquellas paredes castradas, tiene abajo y alrededor de su cama basura, ropa podrida, restos de semen en las paredes... y lo que más asco da es que pone los trastos en la misma tasa del baño. Incluso no bastó tirara al río los calzones y brazieres de su mamá que se ponía porque se quedó con el vestido que ella lleva en la foto y que el muestra a todos sin pensar en las críticas que genera.
Lo más simpático de todo esto es que el Cholopo no es el único caso de promiscuidad, perversión e hipocresía de Chichi. Esta última prolifera y se da hasta en burlas públicas como cuando todos atacan al gay a quien han hasta apodado “el Chish” desde un incidente en una cancha de básquet. Chish porque no ha escondido las maneras que delatan su preferencia sexual. Desde hace 20 años tiene pareja pero éste decidió casarse para esconderse. Ciertos sectores de la comunidad gay capitalina indican que Chish merece hasta un premio porque su actitud es similar a la de todos los homosexuales que han abierto brecha en el mundo. Pero mientras en Chichicastenango atacan a aquellos que sólo pretenden ser honestos, la máscara hipócrita prolifera en aquellos que de día aparentan ser hombres de honor y en la noche convierten el famoso arco en su centro de operaciones. Es el caso de Joaquín que tiene su casa, negocio respetable, esposa e hijos... pero que en la noche “le sale lo mujer”, va al arco en su característica bicicleta a pescarse niños de 12, 13, 14 y 15 años y los lleva al cuartito que tiene para el efecto. Según Joaquín a él nunca se le va a pegar el SIDA porque primero se mete con muchachitos aunque no sabe que algunos ya han pasado por otras gentes con la misma “estrategia”. Tampoco se le va a pegar, porque, su miembro es grande, dice, y se baña todos los días. Lo peor de todo es que uno de sus hijos ha repetido su conducta y, en su caso, se da el clásico foco de SIDA cuando la esposa resulta ser la victima más inocente de todas.
La cosa se agrava ante el cinismo de estos individuos a los que les importa poco corromper menores. De todos modos “levantar muchachitos” es una conducta generalizada como nos lo contaba Cholopo, conocido como “la loca” entre los mareros y “el loco, el mosh achí” entre los vendedores del mercado. Pues, según éste lo que menos le importa es la situación jurídica.... Uno de sus muchachos es Eleazar, conocido como el Paloma, cayó en sus brazos cuando tenía 16 años y, pese a que todos lo saben, prefiere que lo vaya a buscar a su casa de la colonia nueva a las 4:00 de la mañana para que nadie note que debajo de su pantalón lleva una falda. “Y es que en Chichicastenango la sexualidad está muy reprimida y lo que abundan son los bi”, afirma. Por eso es que los travestis tienen que hacer uso de este tipo de estrategias.
Cholopo, además, tiene el camuflaje perfecto: Siempre anda con dos esposos heterosexuales para hacer creer se mete con la mujer aunque los chismes lleguen a tal grado de decir que ella hasta lo mantiene con el dinero del marido tal y como sucede con un par de extranjeros que frecuenta en la actualidad.... Así ha hecho creer a sus amigos capitalinos sucede con Laura, la brasileña y su marido, el, gringo divulgando que él usa preservativo con ella porque como la conoció en un burdel de América del Sur desconfía pese a que ella toma anticonceptivos. Y hay que ver lo que dice de Juan y Samara. De hecho se reúne con el sobrino homosexual de Adelaida, ex compañera mía en Teatro para hablar de lo guapo, macho, masculino y mango que es Juan.
Cholopo es hasta cínico en sus intenciones. Lo único que le importa es usar a los patojos como tuvo que usar a una muchacha para aparentar tenía novia. Su táctica es siempre la misma: Niños sin padre, carentes de afecto y hasta drogadictos o alcohólicos en potencia –tal el caso del Paloma- a los cuales empieza a envolver poco a poco para ganarse su confianza hasta que les da “el amor que necesitan” y tiene relaciones con ellos sin protección. Cuando los patojos se dan cuenta, hay hasta peleas y riñas como la que tuvo el Paloma que le quebró la mano a Cholopo. Y es que cuando lo cansan, los tira a la basura, dice “Pero siempre hacen lo que yo digo: Por eso volví a engatusarlo y ha vuelto a mí”, afirma. La nueva victima es Quique, un niño de 15 años que se conectó en el Balneario de Chocoyá, uno de sus centros de operaciones, y a quien le regala chumpas, pantalones, etc. El menor guarda en la casa del informante su bicicleta... pero lo anormal es que la va a recoger a las 11 o 12 de la noche. Según Cholopo, “aún no ha caído pero caerá. Por eso le hago sus deberes, voy a su casa a arreglarle el radio, etc”.
Lo divertido es que aunque Cholopo quiere tapar el Sol con un dedo, todos saben en Chichicastenango lo que hace y es. Primero por los escándalos que le hace el Paloma cuando llega a su casa y segundo porque niños pequeños han colocado fotografías porno con insultos en la puerta de su casa. Parece que han hasta entrado a su casa a advertirle que algo va a pasarle, al robarle. Pero en la capital nadie le cree porque don Ibáñez dice es uno de los que asaltan afuera de la Discoteca Encierro y que es muy posible que él sea uno de los responsables de los cinco asaltos que en 2004 se hizo al Centro de Desarrollo Humano donde se le tachó de corruptor de menores y de Gente Negativa que queda al lado de la organización de homosexuales donde Cholopo y su amante de la 18 calle, Romero, gozan de membresía.
A Cholopo lo infectó de SIDA Oscar, esquipulense perverso que lo ha alojado muchas veces en su casa sin respetar ninguno de los dos que es enemigo de Augusto, pese a que el hipócrita de Cholopo dice ser gran amigo y admirador de este último quien le ha dado de comer y alojamiento en su casa. .Oscar dijo a Cholopo que desde que todos supieron tenia VIH- SIDA “no le sale nada”, decidió entonces mejor hacerse el loco para que no le pase lo mismo y no lo linchen en el pueblo aunque “allí no pasa nada porque hasta un profesor que tenía denuncias por lo que le hacía a los niños se salió con la suya”. Además, entre la gente de pueblo hay más ignorancia “y de eso hay que aprovecharse mientras se pueda”. Después de todo, la ignorancia es lo que da pie a que Chichicastenango sea promiscuo, perverso e hipócrita...
Dije a la Piedra lo molesto que estaba yo. Al reclamarle a ella y al lago de Atitlán su engaño al presentarme a Cholopo con máscara de bondad y decencia. Al preguntarle que qué le había hecho yo cuando nos habíamos mostrado simpatía mutua... me mostró el futuro del Cholopo, por lo cual Chichi no le deja ir: Menos a Honduras a donde yo iría. Y menos al sur de Tegucigalpa donde hay montañas similares a la de Pascual Abaj pero benignas. Más hundimiento económico... más odio... más frustración... el manicomio primero y de allí la calle... la gente hasta va a lincharlo pero su destino es la locura, deambular por las calles perseguido por sus demonios y diablos y por la genética de su padre el nazi... como un charamilero pero sin licor... como un perro sarnoso pero sin sarna en el cuerpo aunque si en el alma... Me dio lastima y empecé a ver las cosas menos negras. Empecé a ver lo positivo de aquella experiencia: Llegué a tomar conciencia que mi fortaleza más grande es la Ley del Amor y si a cosas materiales vamos regresé a la amistad de viejos amigos como Adelaida y Manuel y conocí a personas de alto calibre como Juan y su esposa, Osorio, joven valor de quien Cholopo quiso sabotear la actividad de pintura que Augusto y yo promovíamos para lanzarlo en Mesoamérica, la misma Laura y el gringo, etc. Muchos de ellos aseguran que lo volvieron a ver hasta que yo aparecí.
Juan, a pesar que Cholopo lo hizo parecer como un hipócrita que estaba con él y me jugaba la vuelta, es el más especial de todos, considero. “Hijo de la luna”, aprendiz de sacerdote maya... alguien que evoca la dignidad perdida de su pueblo como buen descendiente de Kaja Paluna, la mujer de Risa de León, uno de los cuatro primeros hombres, de nuestros primeros padres creados por el Espíritu del Cielo, Espíritu de la Tierra. Kaja Paluna es considerada como procreadora de gente, pequeños nobles, grandes nobles, nuestros primeros ancestros. Muchísimos sus descendientes, dignos los del cielo y en línea directa viene Juan, hijo de la sacerdotisa. Y es que entre los indios de hoy lo más preciado son los que nos ligan a los ancestros y al cielo: los sacerdotes que aunque dormidos algunos en la espiral del tiempo son los que nos unen con la dignidad antigua.
Juan y Samara son dueños de Chichirancho, un negocio restaurante en el pleno corazón de Chichi donde, a veces, en la noche, el Libro Mágico de Tierra, Agua, Fuego y Aire hace saltar a nahuales y números. Fue allí donde la Lagartija me habló la primera vez y me di cuenta que aquella voz que creí era la de mi hermana Patricia no era la Pascual Abaj sino la de la lagartija que jugueteaba en la rama del árbol.
-Eres el vocero en este mundo de tus antepasados. Tu misión es escribir El Libro de la Vida. Tu labor es enredar historias y personas dentro de varios universos. Tu dolor es comprender los mecanismos del Libro de la Vida. Tu felicidad es servir, sanar, ser fuerte, dominar, extasiarte con la verdad, la bondad y la belleza.
Juan me mostró la cruz de las relaciones. El y Cholopo en los brazos, yo en el cuerpo.
-Nunca se van a entender, aseguró. Haz caso siempre a tu cuerpo. Te habla.
-Por eso se que algo pasó cuando llegó el único y verdadero amor de la vida de Cholopo a su casa y me puse a temblar... sé que Cholopo lo sabe.
-Ahora lees en el agua. Pero pronto leerás en el fuego. Chichicastenango es una serpiente. Tierra de artistas del alma que está empañada por el dolor ancestral y la degeneración natural de los ciclos.
-¿Cuál es el secreto en medio de tanto misterio?
-Nunca nos vencieron. Creyeron nos conquistaron pero no fue así. La Iglesia Católica de Santo Tomás no es Iglesia Católica sino la piedra ancestral. Los santos no son santos sino signos de nuestros creadores. Los que mandan no mandan sino nosotros. Por eso, cuídate de la víbora del Cholopo.
-Ya lo sé. Estando en su perímetro todo me ha salido mal. Saliendo, las cosas han cambiado.
-Estando frente al fuego, Cholopo lloró mucho cuando su nahual le dijo que algo le bahía pasado a los 13 años. Mi esposa y yo hemos querido ayudarlo como ha querido mucha gente pero no se puede.
-Su genética nazi. Yo también me quise quitar mi apellido pero... uno no puede librarse de lo que es, de donde viene y a donde va...
-Es más que eso. Ustedes son como familia.
Muchos signos indicaban que la iniciación de Cholopo y mía había terminado. El choque con él es el mismo que con algunos miembros de mi familia. Es espiritual. Hipocresía vrs. Verdad. Espíritu vrs. Materia. Mientras mi fuerza me la dan los antepasados, ellos se contaminaron con vileza en la sangre (vileza nazi en el caso de Cholopo e india en el caso de mi gente). Ellos son mediocres que se ponen al servicio del mal. Pero no como antaño los magos negros se ponían al servicio del Universo para que éste evolucione. No. Es un mal que no es mal sino ridiculez, pequeñez egoísta, desconocimiento de demonios interiores, ir contra si mismo, sembrar mierda para cosecharla y comérsela ellos mismos suicidarse en su ponzoña creyendo ser eternos y poder hacer daño a amigos y enemigos. Entre ellos, yo.
Juan se quedó frío cuando le dije que pese a todo amo a Cholopo como si yo fuera buen cristiano.
No rió por no ofenderme porque sabía que mi sacerdocio era de otro tipo, entre nahuales y piedras. Por eso sólo sonrió. Sobretodo cuando le conté que mi viaje a El Salvador y Honduras era necesario. En El Salvador, con Faustino vi una lagartija y aprendí que la semilla hay que sembrarla, tirarla luego llegará el fruto pero este no debe importarnos ni hacernos perder el tiempo esperando por ellos. En Honduras, la primera vez que la vi fue dentro del auditórium que está en la montaña del sur de Tegucigalpa donde habito. Ese día me fue devuelto el don de la palabra inspirada, de la poesía... de las historias que había que contar. Fue allí donde supe que Cholopo era pasado porque u principal reclamo hacia mí eran mis intrigas, las historias de mi mente. No cabe duda que su misión era callarme. Silenciarme y hasta deidades como el Pascual Abaj debían impedirlo, advertirme que Cholopo es pausa de silencio en mi vida. Por eso mismo y por respeto a la misión que me imponen mis nahuales, he decidido que ambos permanezcamos callados de aquí al resto de nuestras vidas. Aunque sé que al hacerlo corre mi historia el peligro de parecer que nada hubiese sucedido ya que lo que no se nombra casi no existe, se torna penumbra, tiniebla, bruma espesa...el silencio lo va borrando hasta hacerlo desaparecer.
Cholopo me reclamaba constantemente el mundo de mis historias... ponía razones ficticias e historias que a mí nunca se me ocurrirían dentro de mí... me cansé y me harté de eso y puse a Cholopo en el lugar que le correspondía: el botadero de basura... por eso no me preocupé cuando lo echaron del manicomio porque tenía SIDA y al parar en Chichi cuyo vientre siempre lo reclama quisieron lincharlo... me cansé y me harté de eso porque iba contrario a la enseñanza de la Lagartija, del libro mágico de Juan de Tierra, Agua, Fuego y Aire: Que las historias gustan y entretienen porque enseñan... enseñan porque transforman... transforman porque llegan al alma... Llegan al alma porque la palabra es magia... es magia porque mientras Dios no dijo nada, nada fue creado... cuando empezó a decir “hágase” empezó a manifestarse todo. CONTINUARA.

Iglesia de Chichicastenango, de los lugares mencionados en esta narración.

viernes, 13 de septiembre de 2013

El sombrero de Vida, 4

El sombrero de Vida

Novela de Augusto Cesar

A Vidalia Gutiérrez, la dama de los sombreros


“La realidad es un revoltijo, no alcanzamos a medirla o descifrarla porque todo ocurre al mismo tiempo. Mientras usted y yo, hablamos aquí, a su espalda  Cristóbal Colón está inventando América y esos mismos indios que lo reciben en el vidrio de la ventana, están todavía desnudos en la selva a pocas horas de esta oficina y seguirán estando allí dentro de cien años. Yo trato de abrirme camino en ese laberinto,. De poner un poco de orden en tanto caos, de hacer la existencia más tolerable. Cuando escribo cuento la vida como a mí me gustaría que fuera”,  Isabel Allende en Eva Luna.



A don Enrique Godoy, el gran novelista después de Asturias. A Ligia Villagrán, psicoastróloga de mi alma.


“... mientras pudiéramos permanecer callados era como si nada hubiese sucedido, lo que no se nombra casi no existe, el silencio lo va borrando hasta hacerlo desaparecer...”,  Isabel Allende en Eva Luna.



4

Logramos internar a Cholopo en el manicomio. Yo iba a verlo  una vez a la semana aunque no me gustaba entrar en contacto directo con él, lo cual hacía, con la aprobación de los médicos, solo una vez cada dos meses. Lo observaba desde una cabina cuyo vidrio camuflageado daba a un cuarto de espejos. La pregunta que yo formulaba era siempre la misma: ¿Cómo sigue? La respuesta, con sobradas excepciones era también la misma: Igual.
Una de dichas excepciones fue aquella vez que el médico me dijo que Cholopo quería hablarme y al no verme se golpeaba con la cabeza. Al verlo desde la cabina me rehusé a verlo. ¿Por qué?, indagó el médico. Porque me ve a los ojos por el espejo. Es cierto, pero él no sabe que.... El no. Pero su madre si. El no es quien quiere hablarme sino doña Julia.
Al médico le pareció interesantísimo cuando le expliqué que cuando Cholopo era doña Julia, creía que yo era su hijo. Así que decidió filmar aquel encuentro...
-Hasta que se te dio la gana venirme a ver al hospital, me dijo viéndome a los ojos. Sos un mal agradecido. Un bueno para nada. Sobretodo ahora que tu prima, la ninfomanía me dijo lo que hiciste en Zacualpa cuando eras patrullero civil.
-Si pero todo eso fue obligado.
-Mentiras. Hubiera sido mejor te machetearan a vos y te abrieran las entrañas porque al enterarme serías un héroe. Pero fuiste tú el que macheteaste, cercenó cuerpos, mató hombres, mujeres, niños, ancianos, embarazadas. Igual que tu padre. Lo dejé porque se rió ante aquella masacre.
Doña Julia  empezó a recordar aquel fatídico 1 de noviembre.
-Tu maldito cumpleaños, infeliz. Día de los Santos y de santo no tenés nada. Igual que a tu padre.
Ella y su marido fueron a medio día al cementerio como lo hace tradicionalmente todo el pueblo que va a visitar a sus muertos a dejarles flores, encenderles veladoras que duran hasta el día siguiente y dulces de ayote o chilacayote que llaman cabeceras porque al dejarlos en la cabeceras de las tumbas se cree los muertos se los comen llegada la noche.
-De pronto ese helicóptero empezó a rondar en el cielo y sin respeto a nadie. Mucho menos a los ancestros, empezaron a disparar.
Doña Julia y su marido se metieron en el nicho del panteón de uno de sus familiares en el que  años después sería ella enterrada.
-Era un infierno de indios porque todos corrían... gritaban... caían ultimados. Era parte de la política de tierra arrasada del General Ríos de Sangre. Y no me vengas que está escrito en los anales de los antepasados quichés que ese hombre era necesario apareciera para que luego los ríos de sangre se convirtieran en agua de vida eterna. Yo viví ese infierno. Tú creciste en él. ¿Recuerdas cuando escuchábamos detonaciones, bombazos, etc. en los barrancos... como cuando destruyeron la casa de Chocoyá? Pero resulta que se te olvidó. Te quitaste la dignidad y te volviste un asesino más a conveniencia. Maldito hijo de puta, dijo tomando un cuchillo y queriéndomelo meter en las entrañas. Más te vale ser tus entrañas las que te sacaran. Pero si no lo hizo nadie lo haré yo que soy tu madre.
Los enfermeros entraron y lo detuvieron. Le inyectaron una droga que lo hizo caer al suelo de inmediato. Rápidamente lo trasladaron a un cuarto donde le pusieron camisa de fuerza. Lo declararon peligroso y aislado.
Nuestros amigos que veían tras el espejo por la cabina, al ver aquello entendieron la razón de mis temores de hasta donde llegaría la locura de Cholopo y el por qué me atacó en aquella carretera.
Iba para Zacualpa y decidí pasar por Chichicastenango a saludar a Juan y a Samara que resultaron esperando bebé. Pero el mesero de Chichirancho me dijo  salieron a la capital a un chequeo de emergencia. Le dejé una nota y decidí volver a la carretera a esperar el bus que me conduciría primero a Quiché donde quedé de juntarme para almorzar con una amiga procuradora de aquellas tierras.
Pero del otro lado de la carretera estaba Cholopo quien se atravesó para saludarme primero. Cambiaste de día para no verme, me dijo.
Si, le dije, mintiendo.
Empezó a reclamarme muchas cosas. Algunas de ellas relacionadas con  Augusto y otras con Tegucigalpa. Dijo que él era el culpable de todo porque le había mal aconsejado en mi contra y no quería perder mi amistad. Pero que yo le había robado unas pinturas para dárselas en obsequio al Regidor de Tegucigalpa.
-Estás loco, aseguré. No tienes por qué inventar tantas cosas para no pagarme el dinero que me debes.
-¿Terminaste de leer el libro aquél de...?
-Si. Ahora estoy concluyendo este que traigo en la mano.
-Ese te lo dio Héctor Mario, tu director de teatro, ¿verdad?
Cholopo rompió el libro y lo tiró al suelo, revelando aún más el odio irracional contra Héctor Mario a quien denominaba “la víbora”. Me quitó luego los anteojos que llevaba en la bolsa de la camisa y los destruyó porque me los había obsequiado Héctor Mario. E inmediatamente de su mochila amarilla sacó un cuchillo con el que empezó a amenazarme.
Con el incidente del hospital me di cuenta que no era él el que me quería matar sino doña Julia pensando yo era él. Razón tenía Raúl al decir que todo aquello era como la película “Psicosis”.
Empecé a gritar en medio de la carretera. Los vehículos se estacionaron y bocinaban. Todos querían defenderme hasta que de la nada apareció mi amiga la procuradora. Amonestó verbalmente a Cholopo y le dijo me dejara en paz quitándole el cuchillo. Subimos al vehículo de ella y nos fuimos a Quiché a almorzar.
-Ten cuidado. Ese tipo tiene el diablo metido. Lo que cuenta de su madre no es cierto. El creció en mi casa donde mi madre lo cobijó y le dio las mismas atenciones que a mí y  mis otros seis hermanos. Doña Julia trabajaba y era estricta como cualquier madre. Ni más ni menos. Cuando él cumplió 15 años se fueron de la casa. Pero a mí empezó a darme problemas. Cierto tipo, por ejemplo, llegó a saber mis más íntimos secretos. Una vez los vi hablando y descubrí que lo que yo contaba a Cholopo él lo divulgaba. Desde entonces tengo mis reservas con él.
Mi amiga como todos le tenía mucho aprecio porque no sabía cómo divulgaba sus secretos. Sobretodo los relacionados con su ex esposo,  quien, según Cholopo, le destruyó a ella hasta su casa poseído por el alcohol y los demonios a los cuales servía cual brujo del mal.
-Pero ella tiene la culpa, decía en calumnia, por indecente.
Tomé mi bus a Zacualpa y pasé meditando toda la noche en el convento. Recordé las veces que preguntaba a Cholopo hasta donde llegaría su agresividad. Recordé aquel Martes Santo cuando empezó a tirar todos los objetos de la cocina, rabiando porque se le había acabado el gas. Yo asustado en la habitación pensaba iba a agredirme hasta que decidí salir y calmarlo. No te metas, dijo asustándome más.
Pese a las explicaciones del día siguiente, debí darme cuenta que todo aquello era preámbulo para que agresiones se dieran en crescendo como la de la carretera. Así que decidí no volverlo a ver, aunque seguirlo ayudando de lejos. Con ayuda de Augusto lo internamos en el Hospital. El se encargaba de todo. Yo no podía arriesgarme. Por eso también decidí que al ir a verlo fuera de esa manera.
Me partió el alma ver a Cholopo en aquella celda de aislamiento, atado por aquella camisa de fuerza, dormido por la droga. Y yo sin duda le partí el alma al médico que me dejó entrar y abrazarlo sabiendo que no me pasaría nada. Las lágrimas rodaron por mis mejillas cuando besé su frente y me despedí de él para siempre, seguro que en mi futuro el ya no estaría y que me esperaba lejos, en Honduras.
Y de nuevo esa visión espantosa, con sabor a futuro incierto. En un momento me abstraje de la realidad como si hubiera ingerido cocaína o cualesquiera de las drogas con las que se cruza Cholopo. Un mendigo, al que todos creen borracho deambulando por las calles, pidiendo limosna. Apestoso. Al que todos los niños mofan. Del que toda mujer huye. Del que todo hombre cuchichea. Y al que todos llaman mosh achí (literalmente loco, hombre = hombre loco) en claro y perfecto quiché. A quien  el suelo sostiene con su mano para que no se vaya lejos, no se escape y cumpla su destino y cumpla maldiciones ancestrales, de deudas pendientes de un pasado que él mismo ignora. Todo el manicomio pareció temblar y decir también a gritos MOSH ACHI.

En dos manicomios de capitales de países hermanos de Centro América había personajes relacionados con el travestismo. En ciudad de Guatemala, Cholopo, que me había enseñado los secretos del arte de ser mujer. En Tegucigalpa, el político enamorado de mi  como mujer. Los dos, tenían alguien que velara por ellas.  Cholopo me tenía a mí y el político a mi hermano.
Pero, mientras Cholopo no mostraba mejoría, el político si mejoraba. Sobretodo cuando mi hermano dio a luz pública las pruebas de la verdad y el Regidor, acorralado se suicidó con un disparo en la sien. Otra diferencia es que mi hermano si podía dialogar con el político. Yo debía ver a Cholopo de lejos, en la cabina tras el espejo porque  el político identificaba a mi hermano como su cuñado pero Cholopo en doña Julia pensaba yo era Rodolfo.
Pese a las críticas de los especialistas que no dejaban de molestar a Héctor Mario, la acción se detenía en un cuadro plástico cuando mi hermano y el político abrazados daban una señal de esperanza.  Las luces  bajaban de intensidad hasta la oscuridad total y el aplauso estruendoso se oía. Al volver la luz, el público había brincado de su butaca para aplaudir de pie mi mejor actuación, según algunos y la peor estupidez de Héctor Mario, según algunos comentarios de prensa: Como se le ocurre darle importancia a un segundo acto, se leía en los diarios. Cuando el gran actor sale del hermano, baja el ritmo de la obra, decía otro. Está muy jalado. La obra debió quedar cuando se la llevan a ella en la camilla.
Lo cierto es que fue éxito de taquilla en escenarios de Guatemala, El Salvador y Honduras. Cuando me indagaban en entrevistas sobre cómo aprendí a ser tan buena travesti, les dije que tuve que tomar clases particulares con un especialista. Pero no me atrevía a mencionar a Cholopo pensando lo perturbarían en el manicomio de Guatemala de manera morbosa Por otra parte, Héctor Mario así lo prefería para que no se revelara la antipatía que Cholopo le tenía y por saber las razones de mi estado emocional del que me ayudó a salir con la obra de teatro La Travesti. Y es que, siendo uno espejo de los demás y viceversa, cuando nos encontramos por el mundo es para que los demás vean parte de ellos reflejada en nosotros o que uno vea parte de uno reflejada en los demás. Y eso había sucedido en mí con Cholopo: Me reflejé en él como en un espejo su La Travesti su más fiel imagen.

Fui citado al  manicomio por  el doctor. Cuando llegué, me dirigí inmediatamente a la habitación de Cholopo. No estaba. Algo había ocurrido. Y de pronto se me nublo la vista. Todo desapareció a mí alrededor. Y de nuevo esa visión espantosa, con sabor a futuro incierto. En un momento me abstraje de la realidad como si hubiera ingerido cocaína o cualesquiera de las drogas con las que se cruza Cholopo. Un mendigo, al que todos creen borracho deambulando por las calles, pidiendo limosna. Apestoso. Al que todos los niños mofan. Del que toda mujer huye. Del que todo hombre cuchichea. Y al que todos llaman mosh achí (literalmente loco, hombre = hombre loco) en claro y perfecto quiché. A quien  el suelo sostiene con su mano para que no se vaya lejos, no se escape y cumpla su destino y cumpla maldiciones ancestrales, de deudas pendientes de un pasado que él mismo ignora. Todo el manicomio pareció temblar y decir también a gritos MOSH ACHI.
-Alguien lo dejó escapar, dijo el médico. Parece que fue de los enfermeros. Fue muy molesto para todo el personal enterarse que tiene SIDA.
Sentí un dolor muy hondo en el pecho. Llamé por el celular a Augusto quien ha atendido a pacientes en su institución APAES, SOLIDARIDAD. De inmediato, tomó su automóvil y se fue a Chichicastenango.
-Estoy seguro se fue para Chichi, le dije al médico.
-¿Por qué?
-Por las visiones. Hoy se hará realidad y Augusto va a corroborarlo.
-Me siento muy apenado pero...
-No se preocupe.
-¿Cómo no? Va contra la eficiencia y el prestigio...
-Pero no contra el destino. Y el destino de él es enfermarse, deteriorarse, deambular por las calles como mendigo. Ni siquiera lograrán matarlo cuando intenten lincharlo. La soledad será su más fiel compañera.
El médico quedó estupefacto mientras yo le conté a grandes rasgos la historia y cómo yo podía ver el pasado, el presente y futuro de Cholopo con una lógica elemental. Ávido de detalles, me interrogaba, razón por la cual no sentimos pasó el tiempo.
-Increíble esté frente al que hizo de La Travesti. Vi la obra varias veces y pienso como los críticos salvadoreños que no debió haber tenido un segundo acto.
-Vale la noción, le dije, haciendo gala de mi profesionalismo. El teatro en la actualidad es interactivo y permite tesis como esa. Así que la discusión es importante. Y sobretodo que usted se coloque en una postura específica.
-Pensé iba a ofenderlo.
-Para nada.
-Entonces sígame contando porque saber la historia de Cholopo es como saber más de La Travesti. Además, eso me explica por qué, pese a quererlo usted tanto no se deja ver por él. Inicialmente pensé que es porque usted le teme ya que él lo ha agredido físicamente.
-No. Es como no querer uno seguir viendo al espejo las propias imperfecciones.
-Hay veces que a mí no me gusta verme al espejo y prefiero ni rasurarme.
-Uno es espejo de los demás y viceversa, doctor. Cuando nos encontramos por el mundo es para que los demás vean parte de ellos reflejada en nosotros o que uno vea parte de uno reflejada en los demás. Me reflejé en Cholopo como en un espejo La Travesti su más fiel imagen.
-Entonces, ¿por qué evitarse verse en él?
-Confieso que a ambos nos gustaba vernos mutuamente. Pero yo llegué a comprender algo que pienso él también comprendió aunque a su manera. Los dioses así lo dispusieron y el destino no se discute. El como yo, también debe saberlo en medio de su locura.
-¿Por qué supone eso?
-Los dioses no son injustos. Al contrario. No iban a darme a mí un privilegio y a él no. El problema es la capacidad de cada quien de verse al espejo.
-O que le guste a uno verse al espejo o no.
-Así es doctor.
Parecía que todos los relojes se habían detenido. Y así fue. Augusto llegó justo a tiempo para impedir que la turba enardecida linchara a Cholopo. Ni bien lo vieron llegar, se regó la bola de que el responsable de que tanta gente estuviera infectada en Chichicastenango había regresado. Y sin importar que llegara del manicomio y estaba en su sano juicio, intentaron matarlo.
Como cosa rara, según Augusto, el alcalde indígena defendió a Cholopo. El también sabía los designios del destino y cómo aquella tierra reclamaba su presencia y su final en venganza...
Como Augusto sabía la historia y cómo iba yo a proceder,  llamó diciendo que todo estaba bajo control. No sé cómo se atrevió cuando sabía que yo sabía la verdad. Esa visión espantosa ya no era visión espantosa.  De hecho, ya no volvería a mi mente. La realidad la absorbía. Ya no era futuro incierto. Era aquí y ahora. En un momento me abstraje de la realidad  por última vez como si hubiera ingerido cocaína o cualesquiera de las drogas con las que se cruza Cholopo. Un mendigo, al que todos creen borracho deambulando por las calles, pidiendo limosna. Apestoso. Al que todos los niños mofan. Del que toda mujer huye. Del que todo hombre cuchichea. Y al que todos llaman mosh achí (literalmente loco, hombre = hombre loco) en claro y perfecto quiché. A quien  el suelo sostiene con su mano para que no se vaya lejos, no se escape y cumpla su destino y cumpla maldiciones ancestrales, de deudas pendientes de un pasado que él mismo ignora. Todo el manicomio pareció temblar y decir también a gritos MOSH ACHI. Así como tembló todo Chichicastenango. De hecho, el conato de linchamiento fue parte de esa reacción telúrica transfundida en las almas y corazones de todos aquellos que quisieron, según ellos, tomar justicia por sus propias manos.
No cabe duda que el espejo se rompió cuando decidí apartarme de Cholopo. Por buen tiempo, no supe nada de él mientras yo vivía y disfrutaba de la montaña roja del sur de Tegucigalpa. Al regresar a Guatemala, y entrar obviamente en contacto con Zacualpa, encontré en el camino a Juan con su hija en brazos. Me contó que, gracias a mis consejos, le habían puesto a la niña Luna Sol. Me dijo que no era necesario me lo dijera porque una lagartija invisible le había dicho que yo ya sabía eso y que lo mismo ocurría con Cholopo. Así que estaba demás decirme que terminó deambulando por las calles de Chichicastenango, harapiento, apestoso... Que el hedor de su alma transpiraba por sus poros. El mote de Mosh Achí  ya no era divertido y gracioso sino deprimente, descriptivo y determinante. En el mercado de Chichicastenango le regalan las migajas de lo que sobra para que se alimente. Si antes, nadie se atrevía a entrar a su casa, ahora menos porque los indígenas dicen que bajo los matorrales secos de aquella pocilga existe un pozo sin fondo y que quien cae a él ya no sale porque es una de las entradas secretas al infierno de Xibalbá.
–Demás está decirte las razones de esta tierra para haberlo hecho volver y no dejarlo ir, me dijo Juan, meciendo a Luna Sol dormida entre sus brazos. Decidiste ya no verte en ese espejo. El en cambio, en momentos de lucidez te recuerda. Dice que pareces uno de los fantasmas que lo persiguen pero que no lo eres porque eres el espejo del amor, de la lógica y la cordura. Que si él es Mosh Achí es porque tú estás cuerdo. Que sabe estás en la montaña roja del sur de Tegucigalpa mejor sin él. Creo agradece tus buenas intenciones de llevarlo allá para que se curara y...
Pedí a Juan callara y que si tenía algo más que decir, lo omitiera. Por mi parte, el espejo estaba roto y no deseaba reconstruirlo. Accedió porque sabía yo no tenía nada que ver con el presente de Cholopo a quien la serpiente llamada Chichicastenango lo enroscó y lo atrapó para siempre.

El día de la última representación de La Travesti, Héctor Mario entró al camerino con una caja muy grande. Me extrañó no verlo con la tradicional rosa amarilla que colocaba en el florero que tenía yo frente al espejo en el que me maquillaba y desmaquillaba pero en el momento reaccioné al ver que no podía portar flor alguna con semejante caja.
Le pregunté por su pareja y me dijo que ese día estaba indispuesto y no iría a la develización de la placa. Luego, la explicación esperada...
-Hoy no hay rosa. Pero en cambio, algo para la estrella principal que viene en esta caja.
-¿Qué es? ¿Un pastel o algo así?
-No, Mario, no. Es algo que te envió Vidalia desde Estados Unidos.
-¿Un sombrero?
-¿Qué comes que adivinas?
-¿Qué otra cosa pudiera ser siendo ella la dama de los sombreros? Siempre he dicho que es  fabricante de sombreros e ilusiones.
-Y estoy seguro que con muchas ilusiones fabricó este sombrero. Pues si. Es un sombrero. Pero es muy extraño. Como extraña la leyenda que escribió en la tarjeta.  Perdóname, tuve que leerla porque ya sabes cómo es la seguridad de este teatro.
Comprendiendo aquello que a simple vista sería una falta de educación pero que era simple previsión, procedí a leer la leyenda. Ni siquiera era algo de ella, sino un fragmento de la novela Eva Luna de Isabel Allende: “...tuvimos la suerte de tropezar con un amor excepcional y yo no tuve necesidad de inventarlo, sino sólo vestirlo de gala para que perdurara en la memoria, de acuerdo al principio de que es posible construir la realidad a la medida de las propias apetencias...”.  Después, una frase que no entendía si era un imperativo, una instrucción o qué: “Que el Universo de este sombrero te sirva para escribir... y para amar”.
-Vamos, ábrelo, insistió Héctor Mario, para ver de qué.
-No, dije intuyendo que la apertura de aquella debía ser un ritual para mi mismo.
-¿Cómo que no? Obviamente es un sombrero.
-Luego te cuento. Pero ahora dejemos esta caja en paz.
La última función fue todo un éxito. Llegaron todos mis amigos. Me agradó ver en primera fila a Augusto y Raúl quien no vaciló en ofrecerme halón a mi casa después de la función y la ceremonia de develización de la  placa conmemorativa. Claro que si, le dije, pero con la condición de que primero me invites a la tuya a comer tus tradicionales espaguetis.
-Sabía me pedirías eso. Así que los dejé preparados con todo y calamares antes de venir.
Después de aquella cena en la que también participaron Héctor Mario y Augusto y en la que la caja permaneció esperándome en el interior del vehículo de Raúl, llegué a casa. Encendí una vela y esperé llegara la media noche. Un aire tibio entraba a mi habitación y decidí me acariciara todo el cuerpo. Así que desnudo estaba esperando como a mi mejor amante a la media noche bajo la luz de la luna llena. Quemé incienso para embriagar todos mis sentidos. Tomé vino para relajarme. Contemplé la tarjetita que escribió Vidalia citando a Isabel Allende. Sabía iba a ser importante a partir de ese momento así que la guardé celoso en mi libro de cabecera.  En eso, me sorprendió el reloj con doce campanadas. Es la hora, pensé. Abrí la caja de manera ceremoniosa y saqué aquel sombrero azul cielo con estrellas, constelaciones, soles y lunas bordadas con hilo de oro. En efecto, tal y como dice Vidalia en la leyenda, para escribir y para amar, para mi solito,  allí reside el universo completo.

FIN DE LA PRIMERA PARTE
Tegucigalpa, Honduras, marzo 18  de 2005 (0:00 hrs)


Ella, es Vidalia Gutierrez, la dama de los sombreros, a quienes l@s que la amamos llamamos cariñosamente Vida porque es precisamente eso para tod@s los que tenemos la dicha de conocerla en esta encarnación, ¡pura vida! Durante muchos años Vidalia fue la promotora de la fabricación de sombreros y muchas generaciones crecieron con los mismos. Hasta que se aburrió y decidió ir a radicar a Estados Unidos desde donde supuestamente envía el sombrero mágico de esta historia. La foto fue tomada en uno de sus viajes a Guatemala a donde viajo para asistir al matrimonio de uno de sus hijos varones de cuya fiesta es la imagen.